Orgullosa de su legado
Quienes acuden a la Plaza de mercado de El Carmen de Viboral tienen la certeza de que no saldrán con las manos vacías, ni tendrán necesidad de descompletar el mercado que acaban de hacer, por el antojo de algún producto, pues Ángela, conocida como La Mona, al final de la venta, obsequia a los compradores una granadilla, una mandarina o cualquier fruta que esté en el momento a su alcance.
El padre de La Mona comenzó el negocio de las frutas y verduras hace 31 años empezó vendiendo en distintos sectores del municipio, luego se estableció en el mercado del parque principal, muy importante en la época. Con toldos hechos en diferentes materiales como cabuya, tela, lonas, madera; allí los habitantes del pueblo podían encontrar todo lo que pudieran imaginarse, porque se vendía casi de todo, desde frutas, verduras, dulces, juguetes, herramientas, hasta animales domésticos como perros, gatos, gallinas, entre otros.
La plaza de mercado movilizaba gran parte de la población, por las actividades que allí se realizaban. Sin embargo, el 22 de octubre de 1997, la dinámica social cambió drásticamente, Alpidio Betancur, el alcalde del momento, les anunció a todos los comerciantes que en los próximos días debían abandonar el parque principal, debido a la ley 338 expedida ese mismo año, la cual indicaba que el espacio público no podía ser invadido por ventas provisionales o estacionarias.
Este momento coyuntural causó revuelta entre los vendedores, porque la información no fue dada con anterioridad, además las garantías ofrecidas eran pocas.
La idea del alcalde era reubicarlos en el Centro de Acopio, dedicado a la venta de productos agrícolas al por mayor, pero los comerciantes no estuvieron de acuerdo, pues consideraban que se disminuirían considerablemente las ventas.
Por el descontento de los comerciantes, estos fueron reubicados provisionalmente en un sitio contiguo al Palacio Municipal que antes había sido el bailadero Quiramá y en ese momento era un almacén de depósito administrativo.
Aunque solo hubo puesto para cuarenta, la familia de Ángela logró obtener uno de ellos, el cual conserva actualmente.
La Mona con la sonrisa que siempre lleva en su rostro, narra que comenzó a trabajar cuando apenas tenía siete años, acompañando a su padre a vender por las calles del pueblo, incluso recuerda cuando en su niñez iba puerta a puerta a ofrecer aguacates; en muchas de las casas, a pesar de que ya tenían, le compraban a ella, por su sencillez, su capacidad de convencimiento, su personalidad extrovertida, sus ojos azules y su cabello rubio.
Trabajó con su padre en las calles, en el parque principal y en la Plaza de Mercado, hasta hace 15 años que falleció. Su recuerdo, aunque grato, todavía le saca lágrimas de sus ojos, pero al hablar de él se siente orgullosa de su capacidad para salir adelante y del legado que le dejó.
Desde entonces tomó las riendas del negocio, se empezó a levantar muy temprano para que el día le alcanzara para ir hasta Rionegro a surtir, a recibir verduras provenientes de las veredas de El Carmen, a cargar y descargar toda la mercancía, a organizar y vender lo adquirido a partir de las 7:00a.m. en semana y 3:00a.m. los sábados.
A pesar de la madrugada, La Mona no le encuentra ninguna dificultad a su trabajo, por el contrario, le gusta mucho lo que hace, especialmente la relación con los clientes, a quienes después de las compras les regala una ñapa. También les da mercados a las personas con dificultades económicas.
Simultáneo al puesto en la plaza de mercado, La Mona, desde la muerte de su padre, empezó a estudiar en la nocturna, hasta graduarse en el 2005.
Los planes que tiene para el futuro es poder empezar a estudiar una carrera profesional, sus opciones son Psicología o Salud Ocupacional.
Aunque su idea es empezar luego que a los vendedores de los puestos les definan dónde van a ser reubicados, porque el lugar actual será demolido para la construcción de oficinas.
Olga Lucía Pérez Molano
Estudiante de Comunicación Social y Periodismo
Universidad Pontificia Bolivariana