LOS PENSAMIENTOS DE SEBAS – JUNIO

El fantasma de la corrupción
Nuestro país atraviesa un momento histórico importante, consistente en la posibilidad real de ponerle fin a uno de los conflictos armados más largos del planeta con una de las guerrillas más antiguas, se trata del proceso de paz con las FARC. Esta situación ha logrado concitar un sinnúmero de posiciones a favor y en contra poniendo de manifiesto la inmensa polarización que reina en Colombia. Sobre el particular, vale la pena resaltar que se trata de un hecho muy significativo para el bienestar de la sociedad, no exento de controversias y que nos obliga a replantear una gran cantidad de valores a los que durante décadas les dimos prioridad y abrirle las puertas a otros debates y otras realidades que no se han abordado con contundencia y simplemente hemos dejado pasar de largo para concentrarnos en las dinámicas de la guerra y sus consecuencias.
Uno de esos asuntos, sobre los cuales tendremos que ocuparnos como sociedad, dado su impacto negativo y su arraigo al interior de nuestra cultura política, es el de la corrupción. La corrupción es un fantasma silencioso que campea con soltura por todos los rincones y tras su paso deja una estela de miseria, podredumbre y descomposición.
Dado su carácter silencioso, este fantasma suele pasar desapercibido ante los ojos de la mayoría y de allí que todos sepamos que existe, pero no tengamos la facilidad para describirlo con claridad, identificarlo y combatirlo con determinación. El grueso de la población, por no decir que la inmensa mayoría hemos mencionado o escuchado alguna vez el término “corrupción”, pero en realidad, ¿sabemos qué es corrupción?. Es claro que el desconocimiento de una idea o concepto no hace que desaparezca una realidad, pero también es claro que en la medida en que tengamos mediana claridad podremos contar con mayores probabilidades para comprender y transformar esas realidades.
De modo que, acudir a la definición que de corrupción emplea la organización Transparencia Internacional (TI), una de las entidades que se ha encargado de abordar esta problemática, nos puede orientar en el propósito de personificar al fantasma. TI sostiene que la corrupción es “el abuso de posiciones, poder o confianza, para beneficio particular, en detrimento del interés colectivo, realizado a través de ofrecer o solicitar, entregar o recibir, bienes en dinero o en especie, a cambio de acciones, decisiones u omisiones”, esta definición es amplia pero nos permite saber que la corrupción constituye una especie de transacción ilícita entre un corruptor y un corrompido, quienes haciendo uso de un rol específico dentro de la sociedad, obtienen unas prebendas o beneficios particulares por encima del bienestar general. En este punto, es preciso decir que las prácticas corruptas no distinguen entre lo público y lo privado, pues pueden presentarse en todos los ámbitos de la sociedad.
Una vez delimitada la idea de corrupción, es pertinente decir que a pesar de tener algún consenso alrededor de lo que esta significa, no resulta suficiente para conocer la magnitud del daño que causa el fantasma, puesto que teniendo en cuenta su silencioso accionar, su condición de hecho subterráneo o mejor conocido en nuestro argot “debajo de la mesa”, resulta demasiado complicado conocer cifras totalmente exactas a propósito del daño que deja con su paso el fantasma de la corrupción. Al punto, que los informes más destacados en materia de corrupción que llegan hasta nuestras pantallas, son producto de estudios de percepción, es decir, el nivel de corrupción que perciben algunos expertos en determinados escenarios. No obstante, y siguiendo con esta línea argumental, no se quiere decir que el fantasma no exista, por el contrario, se hace más peligroso.
En Colombia, se estima que el fantasma de la corrupción se embolsilla anualmente unos 80 billones de pesos, léase bien, ochenta BILLONES de pesos, algo así como toda la plata que han dejado de percibir los entes territoriales desde el 2001 por concepto del Sistema General de Participaciones y que hoy tiene a los maestros en paro. En otras palabras, con la plata que se lleva el fantasma podrían solucionarse lo problemas de educación y salud del país. Aunque estas son solo estimaciones, tal vez podría ser más.
Como vemos, no es cualquier fantasma, es un fantasma de mil cabezas que está por todas partes y que se manifiesta a través de personas de carne y hueso que tienen poder y que con ese poder logran influir para favorecer amigos, evitar sanciones, agilizar trámites, entregar contratos, cobrar favores, otorgar puestos públicos a dedo, comprar votos, “repartir la mermelada” y cientos de etcéteras más.
Hay una motivación sencilla, pero que resulta más que suficiente para tratar de derrotar al fantasma de la corrupción, y es que los afectados con las transacciones corruptas somos todos los ciudadanos, porque las acciones del fantasma van en detrimento del interés general, mientras que los amigos del fantasma son solamente unos pocos que lo alimentan y se alimentan de él, haciéndolo cada vez más robusto y peligroso.
Pensar en derrotar totalmente al fantasma parecería una reedición del duelo entre David y Goliat, en vista de que nuestro fantasma es de vieja data (grande y de mil cabezas), mientras que los esfuerzos institucionales por erradicarlo del ambiente son precarios; pero con seguridad si la ciudadanía asume un rol cada vez más activo dentro de los asuntos públicos y va tomando conciencia de la existencia del fantasma, podrá irlo debilitando paulatinamente, desenmascarándolo y arrinconándolo hasta llevarlo al ostracismo.
En fin, es el momento propicio para que vayamos construyendo nuevos escenarios de paz, gracias a los procesos que en la materia se adelantan en el país, y a la vez abramos la agenda pública para identificar el fantasma, atacarlo y derrotarlo.

Sebastián Mira

Politólogo

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